[Foto: João Milet Meirelles]

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viernes, 9 de abril de 2010

DIEGO E. SUÁREZ, Sufrimiento de otro en su cuerpo




Extracción de la piedra de la locura [1475-1480],
HIERONYMUS VAN AEKEN, EL BOSCO
(Bolduque, Países Bajos, c. 1450-1516).
Óleo sobre tabla (48 cm × 35 cm). Estilo Gótico.
Museo del Prado, Madrid, España.
Imagen tomada de aquí.



I.


Dos pilotos capitanean mi mente.

El invasor hace lo imposible
por hundir la nave. El otro teme
amordazado en un rincón
que se salga con la suya.

El timón en manos enemigas

(en todo iguales a las mías).
Dentro y fuera: Tempestad.

Padre Nuestro Clonazepam,
Ave María Paroxetina.

Risperidona, ruega por nosotros.





II.


Ramona es un pueblo de campo
con árboles y pájaros adentro
cercado de llanura
cubierto de cielo.

En un dormitorio de este pueblo
hay una casa de pelo largo
vendaval y azote de puertas
tratando de hacer reposo
mitad en la realidad
mitad en la niebla.

Hará falta limpieza
paciencia voluntad
y mucha medicación
para ordenar y restaurar
esta casa tomada.




III.


Escupir la medicina, manchar las sábanas,
escupir el agua, mojar el piso,
escupir la comida, ensuciar la pared,
con mirada camorrera inyectada en sangre
son formas veladas de pedir auxilio.

(Por mucho menos otras

han ido a parar a la hoguera.)




IV.


En la penumbra
un rostro dormido
súbitamente estalla
en un alarido de ojos
desorbitados.

Desconozco vigilia
más espeluznante.




V.


TERROR: Esta vez el verbo
se hizo carne. No me sorprende
que al tocar el tema la poesía
sienta un escalofrío.




VI.


Cada vez duele más el pinchazo
de lo no logrado habiendo podido,
lo tronchado por manos ineptas.

Duele más que cualquier espera.

Sea en el lugar que sea
un vacío asfixiante
acecha nuestros pasos.

–¿Podemos volver para atrás?

Debe haber una senda
por donde regresar hacia delante.
La cuestión es hallarla
con tanta tiniebla dentro.

(Al menos tenemos nuestro amor
como lámpara de emergencia.)




VII.


He ahí la araña
tejiendo su tela
entre dos arbustos.

Trabaja de noche,
a oscuras
en el vacío.

Disfruto la escena sintiéndome cerca
de ese hilar fino en la negrura,
de ese estar pendiente, erizado
por el presentimiento de la próxima
presa del miedo.





VIII.


–¿Cuánto falta para que esto termine?

Una pregunta alcanza
para nublar cielo y tierra.

Con la lengua adormecida
no por los psicotrópicos sino
por la religión la ciencia el arte y otros opios
miro tus ojos de un día después sin querer
recordar alguna respuesta.




IX.


Para quien está al lado
los días pasan pesadamente
arrastrando los pies.

A no ser por los ciclos de la luna
y los resignados amaneceres
cualquiera pensaría: esto
es un mal sueño que nunca termina
de empezar. Después de todo
quien está al lado sabe
que está ahí para algo: asiste
a otro cuerpo en su sufrimiento
–sufrimiento de otro en su cuerpo–
y asiéndolo va siendo carcomido
a medida que en su roce contra el suelo
cada hora levanta una polvareda
de lágrimas y angustia.




X.


Doctor:

¿Qué tratamiento
merece el responsable?

¿Cuál es el título más adecuado
para quien trafica –bisturí en mano–
con los latidos de una madre y un hijo?

–Son cosas que pasan.

Ciertamente estas cosas pasan
y uno se va quedando
sin fuerzas Doctor y sufre
hasta perder la razón.

Mientras usted vive su vida cotidiana
cobra la consulta luciendo bronceado
de domingo asado piscina y familia aquí
nos asfixiamos en el fondo de un pozo
con espacio apenas para lo que no
recobraremos jamás.




XI.


Por las noches despierto empapada
en sudor, las manos crispadas,
las mandíbulas tensas. Mientras
en la habitación contigua mi hijo
se me va de las manos.




XII.


La realidad es un sueño y esto no es
algo dichoso cuando otra dentro de una
suelta amarras dejándonos a la deriva.

Recién entonces una descubre el valor
de un faro, una brújula, un astrolabio,
un simple viento en popa que nos aleje
del dolor a toda costa hacia buen puerto,
de retorno a nuestra Itaca de dos dormitorios,
o a una fantasía de Schubert a cuatro manos
tendida muellemente en el sofá.




XIII.


Para entretenerme está lo demás:

Cortarle las yemas a la hiedra
entrelazada al esforzado naranjo,
cavar la fosa para una gallina vieja,
ver crecer las plantas de zapallo
y morirse las flores del aloe,
o detrás del humo del cigarrillo
a la gata comerse una langosta
y tras ella una tropa de hormigas
llevando en andas lo sobrante.

Acopio restos de vida cotidiana
y voy clasificando los residuos.




XIV.


Aunque sea imposible saber
si la piedra de la locura ha sido extraída
por completo, poco a poco
la realidad va volviendo en sí.

No estaría mal entrar
a un cuarto intermedio,
dejar las palabras de lado,
que fluyan las cosas por el lecho,
hacer oídos sordos a la almohada

(y por qué no, absolver a la suerte
por el beneficio de la duda).



Ramona, Santa Fe, marzo/abril 2010.




VERÓNICA C. ELIZALDE CARRILLO
(San Salvador de Jujuy, 1977)
Sin título [2010].
Acuarela sobre papel (32 cm x 23 cm.).
Colección privada.


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